Qué mejor banda sonora para oir este post que el clásico “Atrapados en el ascensor”. Si además el vídeo de YouTube nos permite ver en directo a José Luis Moro y a su compinche de gamberradas musicales Mario Gil, miel sobre hojuelas.
La cara de Mario Gil, el que tiene menos pelo de los dos, debería sonarle a muchos de su paso por “El Informal”, pero seguro que pocos le reconocen de su paso por “La Mode” a los teclados y los “sintes”
junto a Antonio Zancajo, guitarrista, y Fernando Márquez, vocalista y letrista. (No se me ocurren dos compañeros de proyecto más dispares que José Luis Moro y Fernando Márquez) Si este país llegara al nivel de otros más desarrollados, los tres estarían viviendo de las rentas y sacando algún disco de cuando en cuando y las emisoras lo emitirían en vez de darle bola a “La oreja de van Vogt” y los espantos de Miguel Bosé o Ana Torroja. En fin ... “son los tiempos modernos que nos toca vivir” (Un musical basado en las cancioncitas de Mecano ... hay que joderse)
Nos han llegado noticias sobre la penosa condición en que se encuentra el aficionado zamorano Marcelino Becerra, fundador del “Círculo Conanianoniano de Sant Felíu de Llobregat” y editor del fanzine “Mandobles de Sangre”, tras los percances que sufrió la primera noche de apagón en la Ciudad Condal.
El aficionado había estado hasta tarde en uno de los aularios de la universidad en la que estudia Filología Semítica (una carrera muy útil si se pretende profundizar en las historias semitas, asirias y macabeas en las que están arraigadas las historias del cimmerio) y coincidió en el ascensor con una compañera que acababa de asistir a una tutoría, Ascensión Garcinuño, capitana del grupo de animadoras del equipo de ajedrez de la facultad. Quién no se ha deleitado alguna vez viendo vídeos en youtube.com de estas pícaras chicas ejecutando complejas coreografías sobre los tableros de taracea marcados con cuadritos blancos y negros: Esos pompones de marfil y ébano, esas escuetas minifaldas también de cuadritos, esos suéters con jaques pastores y aperturas de Capoblanca en los que resaltan las siluetas de los peones de reina, esos cánticos: “Dame una J, dame una A, dame una Q, dame una U, dame una E ... ¡JAAAAQUE!” ... Qué diferencia con las animadoras de los equipos de brisca y tute, que suelen llevar trajes de sotas de bastos o de copas, que francamente realzan poco su figura.
Marcelino, que ya había cogido la manija de la puerta del ascensor, vio cómo venía ella desde el fondo del pasillo. Educado, en vez de entrar directamente para bajarse solo, reprimió su impaciencia contemplando las formas de la animadora (no nos queda constancia fehaciente de que realmente la mirara así, pero ella va presumiendo por ahí de que sí) y de ese medio minuto de espera vinieron todos sus males, pues entre la primera y la segunda planta sobrevino el apagón que hizo que se produjera una frenada brusca y los dos pasajeros sufrieran una fuerte sacudida que los estampó contra el suelo.
No hubo ninguna de luz de emergencia que se encendiera, así que sentirse encerrada a oscuras llevó al pánico a Ascensión, que empezó a chillar y a golpear los botones de una forma descontrolada. Si una situación así preocuparía al más pintado nos podemos imaginar cómo estaría Marcelino que nunca ha sido de los más pintados. El visionado de películas en las que una mujer pierde los nervios de esa manera le llevó a cogerla por los hombros y a sacudirle tal bofetada en la mejilla que tembló el misterio. La chica le respondió con un golpe de karate en el cuello con el canto de la mano que le tiene desde entonces mirando al frente sin posibilidad de girarse a los lados.
Ya un poco más dueños de la situación, empezaron a pedir ayuda a voces y a pulsar el botón de alarma sin que se oyera nada ni nadie diera señales de vida: ni el conserje, ni el vigilante ... se sentían como tragados por una ballena y esperando ser digeridos en su vientre.
Por supuesto, la situación no era la misma: no estaban rodeados de pescado, no rezumaban jugos gástricos de las paredes, no se estaban formando gases intestinales a partir de los procesos digestivos y tampoco se encontraron a Pinocho o a Gepetto, pero seguro que en las tripas de Moby Dick había tan poca cobertura como la que tenían sus móviles aquella noche, con todas las estaciones base de operadoras de las cercanías sin electricidad que las hiciese funcionar.
Al contrario de lo que hubiese hecho la mayoría de los héroes de sus novelas favoritas (invocar a Crom y, con la ayuda de una espada, forzar una abertura en la puerta del ascensor ante la mirada llena de agradecimiento de la damisela, agradecimiento que llegada la noche le demostraría con los senos al aire y las piernas abiertas en torno a las suyas) Marcelino se hundió en la desesperación gimiendo en un rincón “Qué vamos a hacer, qué vamos a hacer, no aguanto más, aquí no viene nadie”
Ella, que tenía más sentido práctico que él, en primer lugar por mujer y en segundo por no participar del sentido friqui de la vida de Marcelino (reconozcámoslo, administrar foros en los que la gente por un lado se queja de que no se hacen películas basadas en sus personajes favoritos y por otro enumerar los defectos de las que sí están basadas, no resulta de gran ayuda para afrontar el día a día) se sentó en un rincón y decidió aprovechar el tiempo pasando revista al estado de aprovisionamiento del piso para hacerse una idea de qué haría falta reponer la próxima vez que se pasara por el supermercado: detergente, limpiamaderas, suavizante, fregasuelos, lejía, champú, jabón, tiritas y agua oxigenada.
Siguió tomando nota de la ropa que tenía pendiente planchar sobre la tabla, de que tenía que devolver un libro de la biblioteca y repasó mentalmente cuánto había pasado desde la última vez que se hizo la cera, y cuánto desde la última vez que le habían hecho en el salón de belleza la depilación brasileña de la ingle. Y, ya que pasaba por su mente esa zona en particular, como un latido le recordó que quizá había pasado demasiado tiempo también desde la última vez que alguien había estado realizando trabajos por allí.
La idea de que fuera Marcelino tampoco le pareció muy desagradable: teniendo donde escoger nunca le hubiese teniendo en cuenta para pasar una noche pero ya que la cosa iba para largo, antes pasar el rato lo mejor posible que quejándose del frío.Además, no tenía pinta de irlo contando por ahí luego. Se lo volvió a pensar cuando le vio acurrucado en una especie de posición fetal que había adoptado pensando que iba a desperdiciar menos oxígeno, así que, viendo que no se había sobrepuesto a la situación, decidió ser ella quien que llevara la batuta.
- ¿Cómo estás?, le preguntó, acercándose hacia él – Venga, seguro que enseguida vienen a por nosotros antes o después.
- Espero que si vienen, sea antes de que se acabe el aire en el ascensor. No quiero ni pensar qué pasaría si alguno tuviera gases.
Ante la falta de respuesta por parte de Ascensión, Marcelino cayó en la cuenta de que quizás ese comentario sobre la posibilidad de que él (¡o ella!) tuviera gases burbujeando en su interior y pudiera ser incapaz de contenerlos no había sido bien acogido. Las mujeres del siglo XXI ya no eran las delicadas damiselas del resto de los siglos que tantos quebraderos de cabeza le habían dado de los héroes de las novelas que leía, pero eso tampoco quería decir que no encontraran desagradable cualquier referencia a alguna flatulencia propia o ajena. Había sido un descuido imperdonable por su parte, así que debería superarse a sí mismo si quería tener una oportunidad de quedar bien: demostrar interés, hablar gentilmente, ser un caballero ... cual si fuera John Carter, guerrero de Marte.
Y, poco a poco, supo aproximarse a Ascensión y hacerle sentirse cómoda en su presencia las manos sobre sus hombros y se sintió satisfecho de cómo había sabido reconducir la situación. Ella, por su parte, se sintió satisfecha de cómo le tenía comiendo de su mano y dijo “Ay, abrázame, que no sé cuándo nos van a sacar de aquí”. Por la cabeza de Marcelino lo único que pasó fue “Aprovecha, que así se las ponían a Fernando VII” (las bolas, pero de billar, era lo que le ponían de aquella manera a Fernando VII, del que todos sabemos que usaba paletó)Llegó un momento en que sus cuerpos no podían aproximarse más sin que las costillas de uno se entrelazaran con las del otro. Se besaron y empezaron a hacerse esas carantoñas tan agradables que no hace falta que describamos en detalle, baste decir que Marcelino disfrutaba enormemente, como hacía cinco meses que no disfrutaba. Ascensión también disfrutaba, nos dicen que como hacía tres semanas que no disfrutaba. Hubieran seguido disfrutando toda la noche (o hasta que se acabara el oxígeno, lo cual resulta bastante probable, ya que determinadas actividades obligan a sus practicantes a consumir más que el ganchillo, por ejemplo, y por eso se jadea) pero les sorprendieron las lejanas voces del vigilante de seguridad que preguntaba si había alguien.
Marcelino, que tenía la cabeza entre pecho y pecho, quiso decir esta boca es mía, pero como la tenía ocupada, ella pudo evitar que dijera nada: hay gente a la que le molesta que le interrumpan cuando está en la cama (qué más da que en ese momento en particular estuviera en el ascensor) quizá porque en su subconsciente temen que tal situación no se vuelva a poder repetir, así que hasta que el acto no llegó a su conclusión con total satisfacción por parte de ambos permanecieron en un discreto y tenso silencio.
- Llama a ese tío que si no nos quedamos aquí toda la noche,
Marcelino gritó lo más fuerte que pudo hasta que atrajo la atención del vigilante, que corrió a avisar al encargado de mantenimiento que mediante el panel de control accionó las puertas de apertura. La cabina del ascensor se había quedado metro y medio por encima del suelo, así que vigilante y encargado se prepararon para recoger a Ascensión Desde arriba él la tenía cogida por los tobillos y la iba soltando poco a poco
Cuando le tocó a él tuvo que recordar que él también iba a bajar, aunque los otros dos parecían más interesados en atender a su compañera de infortunio que no en ayudarle a él y ésa fue la causa del desastre: mientras asomaba la cabeza pensando en cómo bajar oyó el ronroneo de los motores del ascensor que otro de los encargados de mantenimiento acababa de conectar a los generadores de gasóleo ubicados en los sótanos de la facultad para casos de emergencia.
De repente la cabina subió aceleradamente con medio cuerpo suyo aún asomando, con lo que costillas y omóplatos fueron a dar contra el marco del ascensor. Todavía no le había dado tiempo a retirarse hacia dentro, con lo que las dos puertas se cerraron sobre su cabeza.
Hubo que llevarle deprisa y corriendo a Urgencias, donde se le intervino de urgencia. De tanta escayola que gastaron con él tuvieron que fijarle un brazo con barro de alfarero (sí, como el que salía en la película “Ghost”, con Demi Moore en el torno) y allí sigue convaleciente. Por suerte, Ascensión monta guardia junto a su cama en el hospital y cuida de que no le falte nada, incluso le lee en voz alta poesías de Lovecraft y de R E Howard.
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