Hay un gran mito que perturba los sueños de los ciudadanos estadounidenses aspirantes a escritor (y también, aunque de otra forma, los de otros países). No los que aspiran a ser
el próximo Dan Brown ni la próxima Sophie Kinsella, no. Esos que tienen
ínfulas de ES-CRI-TOR pero desde muy jóvenes y que leen libros muy
gordos y que ligan muy poquito y que de vez en cuando hacen tonterías
como ponerse a fumar en pipa o beber absenta.
Ese mito, señoras y señores, es como la gran ballena blanca (primera
pista) que se escurre esquiva en sus sueños y les atormenta y hace que
quieran irse al monte cual si fueran Thoreau, irse por esos caminos de
Dios cual Walt Whitman en busca del alma del país (ya a estas alturas
creo que se va oliendo el tema), echarse a la carretera y retratar al
pueblo llano que trabaja con sus manos encallecidas cual Steinbeck ... o
irse a Nueva York a retratar desde la cima de los rascacielos hasta los
sótanos del subterráneo, a negros e italianos, a anglos e irlandeses, a
judíos y portorriqueños, en toda su grandeza y toda su crudeza cual Tom
Wolfe en "La hoguera de las Navidades. (Y para quedar guay añadiendo una
comparación postindustrial y postmoderna, escribir el guión de una serie
que retrate una ciudad como queda retratada Baltimore en "The Wire").
Ese mito, niños y niñas, es ... "la gran novela americana". Qué de
páginas y páginas se han escrito (y qué de tiempo se ha perdido
leyéndolas y corrigiéndolas en no pocos casos) en pos de ese gran libro
(regla número uno: una gran novela americana de 300 o 400 páginas no
baja) que retrate en su totalidad el alma de un país. (En Alemania
también han escrito grandes novelas alemanas y por haber hay hasta
grandes novelas austro-húngaras pero lo de la gran novela americana es
muy característico).
Portada de la adaptación al comic de Sienkiewicz |
Sin embargo, ante la crisis sanitaria que ha golpeado todo el mundo el 2020 (y lo que le queda), un nuevo mito empieza a recorrer las mentes de los escritores con tendencia a la construcción de monumentos literarios, como una variante mutada (ahí va una pista) de la gran novela americana, por las infinitas posibilidades que ofrece de lucirse describiendo las grandezas y miserias de una humanidad doliente, la heroicidad de un sanitario en primera línea de un hospìtal y la frivolidad de un Trump confundiendo a la población, el súbito silencio de las grandes metrópolis y los ruidos de fondo de los respiradores en una unidad de cuidados intensivos ... ¡la gran novela pandémica!
Don DeLillo (que ya debutó con una novela titulada "Americana") ha sido el primer gran aspirante a ostentar el título de novelista pandémico con "El Silencio" pero le ha salido una cosa cortita, cortita de unas 120 páginas que cuenta cómo toda la parafernalia electrónica se apaga de repente y deja desubicados a unos "bobos" o "pijiprogres". (Mal, muy mal, Don, qué menos que escribir 600 páginas, que para que las clases medias compren un novelón en el Carrefour hace falta que el tocho sea gordo).
Para poder decir que de sus cursos salió el gran novelista pandémico, las universidades americanas ya se han lanzado a modificar sus masters en Escritura Creativa y ofrecen asignaturas y formación adicional sobre biología, medicina y cadenas de suministro. Qué pena que se haya muerto Michael Crichton, que sabría dar unas clases estupendas a los principiantes torpes en lo que a tecnología se refiere.
De Laillo, leyéndole a la gente su librillo |
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