Rodrigo Menéndez, tras
esa especie de amoríos adolescentes que son los relatos publicados
en revistas, debutó a mediados de los noventa con "La sonrisa
del gatillazo", que afronta con un rigor sorprendente esa
situación que todos comprendemos perfectamente que pueda pasar pero
de la que siempre decimos que nosotros en particular nos hemos
librado: En una estación espacial androides, humanos y alienígenas
acuden preocupados a la andróloga cuando comprueban que con una
frecuencia preocupante sus relaciones sexuales no llegan a buen
(astro)puerto y se les queda una cara como de circunstancias, cuando
no una especie de risa floja.
Precursando la
irrupción del "Steampunk", una de las series que más
alegrías le han dado a este autor es la que reúne sus "pastiches
de guirlache" en los que aparecen Sherlock Holmes, José María
"el Tempranillo" y "La Dama de las Camelias":
Títulos tan inolvidables como "Sherlock Holmes meets Curro
Jiménez", "Sherlock Holmes y el crimen de la Calle
Curtidores" y "Sherlock Holmes tras las huellas del
Sacamantecas" han sido leídos y releídos en los más selectos
salones de té de la Baja Padania.
Decepitufado con
numerosos detalles de la industria editorial y con las pocas
croquetas que traía el catering en las presentaciones de sus
novelas, decidió ponerse la galaxia por montera y, al igual que
grandes rockeros que montaron sellos alternativos a las
multinacionales, lanzarse a la edición bajo la marca de "Es
Rúcula", en homenaje a esa hierba que llena las ensaladas de
todo gafapasta que se precie. Todo el mundillo recuerda con
admiración las descomunales bandejas de croquetas y las ollas y
ollas de fabada asturiana que nutrieron a tanto friki durante los
eventos en los que se dieron a conocer su concluyente estudio "La
poesía de Isaac Asimov", cuyas cinco páginas cerraron
definitivamente el debate sobre tan rico venero literario y, sobre
todo, en la fiesta en que se presentó "El Aspecto de la
Retina", su serie de espías ubicados en escenarios
tardo-renacentistas y épico decadentes.
Y otro tipo de historia
es "Canela", que narra las alteraciones que produce en la
pacífica sociedad tartesa que vive feliz y contenta adorando a
Astarté y asistiendo a combates de minotauros y festivales de
chistes y monólogos interpretados por faunos la irrupción de un
municipio del extrarradio de una capital de provincia española (se
dice el pecado, pero no el pecador) Ubicado en lo que hoy es Isla
Canela, perteneciente al municipio de Ayamonte, el pueblo (y en
especial un grupo de poligoneros y poligoneras que lo habita) hace la
vida imposible a los tartesos que buscan por todos los medios
encontrar la fórmula mágica que envíe de vuelta al siglo XXI a tan
incómodos vecinos.
- (Esta es la pregunta
de peloteo inicial para que el entrevistado se vaya soltando) ¿Cuáles
son los cambios más significativos que ha notado usted desde que
empezó a publicar, allá a finales del siglo pasado?
Pero… ¿no seguimos
en el siglo pasado? De hecho, ¿no estamos en el siglo anterior al
pasado? ¿No iba de eso la reforma laboral, de devolvernos al siglo
XIX y crear una ucronía steampunk post-apocalíptica?
Cambios, cambios. No
sé. Nada espectacular, en realidad. Salvo por pequeños detalles
como la impresión digital bajo demanda, la autodistribución, los
programas de maquetación y la llegada del libro electrónico,
seguimos más o menos como cuando Gutemberg, día arriba día abajo.
No veo muy cambiado el panorama, en realidad.
- Tras dejar en manos
ajenas la publicación de sus novelas decidió ponerse el sector por
montera usted solo y montar una editorial: ¿Lo hace por mantener el
control creativo o porque con la crisis ya no se puede fiar uno de
que el socio se dedique a robarle el material de oficina?
Fue una simple cuestión
de ego, en realidad. Estaba harto de que otros tomasen las decisiones
y no poder atribuirme el mérito del libro entero. Ya sabes, se te
acerca alguien y te dice “pues no es para tanto, y además, tú
sólo lo has escrito, ¿qué merito tiene eso?”. Así que decidí
que escribiría, maquetaría y torturaría a los ilustradores y a los
impresores hasta que el libro fuese como yo quisiera. Y como,
lógicamente, carezco de defectos (antes era un pelín soberbio, pero
es algo que ya he solucionado) el resultado no puede ser más
brillante.
- Al ser usted mismo el
jefe y a la vez el subordinado, la cadena de mando de su editorial es
de longitud cero, al contrario que muchas de sus competidoras. ¿Cómo
hace usted para mantener la disciplina en una situación así? ¿No
teme que de todas maneras se acaben formando camarillas en el seno de
la organización?
Bueno, somos una
multitud caótica pero bien intencionada que comparte el mismo cuerpo
y pedacitos de la misma mente. Nos vamos apañando. Aunque el otro
día, el director de recursos humanos estuvo a punto de despedirnos a
los demás, acabamos llegando a un acuerdo y, tras decidir una
reducción de la jornada laboral y un aumento de sueldo, la cosa no
llegó a mayores.
- ¿Qué consejos le
daría usted a alguien que quisiera entrar en este mundillo? (Si le
hace sentirse mayor, pase de responder) ¿Y al que quisiera salirse,
¿qué le diría usted?
¿Al que quiera entrar?
Que huya. Vamos, aquello de “¡Corred, insensatos!” que decía el
Gandalf en el puente.
Al que quiera salirse…
que ya es demasiado tarde. Esto es como el lado oscuro de la fuerza:
una vez que entras ya no hay salida.
- (Otra pregunta para
que el entrevistado se suelte y puede decir pestes de Hacienda, de
las distribuidoras o del susum corda) ¿Cuáles son los mayores
inconvenientes que debe arrostar una editorial aún en su juventud
como es la suya?
Bueno, está la
evidente y malintencionada conspiración de los grandes imperios
editoriales y mediáticos por ningunearme, temerosos de que mi genio
les deje a ellos sin mercado. Pero no es algo que me quite el sueño.
De hecho, cuando lo pienso es algo que me da sueño. O algo.
Y claro, están
minucias tales como promocionarte sin quedar más endeudado que
Bankia en el proceso o buscar canales de distribución alternativos a
los tradicionales.
Tampoco eso me quita el
sueño, ahora que lo pienso.
De hecho, creo que nada
me quita el sueño.
Bueno, dormir me suele
quitar el sueño.
- ¿Qué nuevos
proyectos tiene en mente? (Esta es la pregunta para que el
entrevistado se luzca y aproveche para promocionarse, he pensado que
me vendría bien aprender a hacer este tipo de preguntas porque nunca
se sabe lo que puede acabar haciendo uno)
Pues te lo diría, pero
luego tendría que matarte. Claro que siempre puedo matarte primero y
decírtelo después. O hacerlo a la vez. No sé, lo que prefieras.
Es un secreto. Es un
secreto tan grande y tan terrible que yo mismo no lo sé. Al menos la
parte de mí mismo que está hablando contigo y que es el becario
contratado por la editorial para responder a estas cosas.
Hay otra parte que me
susurra que está por ahí editar cosas de Rafael Florín de Demiurgo
Tantos de y de Steven Woodred…
Pero, bueno, tampoco sé
si eso es cierto. O sea, lo sé, pero no yo, sino yo, no sé si me
entiendes. A mí, no a mí, quiero decir.
- Más de una vez (pero
no muchas más) se ha hablado de la posibilidad de que el trabajo de
editor pueda resultar atractivo para el sexo opuesto ¿Usted ha dicho
alguna vez "Soy editor" para ligar?
Eso no, pero sí que
debe tener que ver con el sexo la cosa, porque a veces esto de editar
(y de escribir) te deja bien jodido, así que algo debe haber.
- ¿Cambiaba la
situación cuando aclaraba que era editor, pero de ciencia ficción?
Mira, eso no lo he
probado nunca tampoco, pero me lo apunto, que nunca se sabe.
- ¿Cuál es la
tontería más grande que ha tenido que aguantarle a alguien en el
negocio (si es que se puede saber)?
Ninguna, en realidad.
Ten en cuenta que yo (bueno, y yo, y también yo) me muevo sobre todo
por el fandom (con algún ocasional garbeo por el “otro fandom”,
ya sabes el fandom gafapasta que dice ellos no son fandom), lugares
ambos llenos de mentes brillantes, racionales, con una capacidad de
autocrítica envidiable y con una visión de sus propias capacidades
totalmente ajustadas a la realidad.
Lógicamente, con esos
parámetros, tonterías las justas.
Y costas, las de
Levante.
- El IVA de los libros
ha quedado igual tras las últimas medidas económicas. ¿No siente
un cosquilleo de agradecimiento hacia el actual gobierno, que se lo
ha subido a otras formas de entretenimiento que compiten con la suya
tales como los videojuegos, la música, los vídeos, el tabaco, los
toros? (Como nunca se sabe dónde puede acabar uno, he querido ver si
era capaz de hacer este tipo de preguntas y, voto a bríos, que sí
he podido)
Lo que siento hacia el
actual gobierno (y, para que no se sientan solos, podríamos incluir
a su lado a gente del gobierno anterior, a varios banqueros, unos
cuantos empresarios y varias docenas de economistas) sería
impublicable… pero te puedo dar como pista de que un barreño del
tamaño del Mediterráneo lleno de ácido sulfúrico y con todos
ellos dentro puede tener algo que ver con lo que siento hacía ellos.
- Usted ya ha
desarrollado un par de universos coherentes en sus textos narrativos
(en sus textos fiscales no nos consta que lo haya hecho, sin embargo)
en los que ya han participado otros autores. ¿Cómo hace usted para
mantener esa coherencia siendo una persona incoherente (en la medida
en que todos los seres humanos lo somos más o menos, no se me vaya a
ofender)?
Bueno, el truco está
en que no te importe la coherencia. Simplemente, pasas del tema. Las
cosas tienden a arreglarse por sí solas, al final. Y, si no lo
hacen, con mirar hacia otro lado, listo, fin del problema.
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